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  • 16 de febrero de 2024
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Por María de Bernal

Dice Umberto Eco que estamos en la era de los feelings: creo que este catorce de febrero viene bien hablar de nuestros sentimientos que pueden ser positivos o negativos y, muchas veces, nos confundimos.

Retomando a Eco, dice lo de la era de los feelings porque es verdad que vivimos realidades cargadas de sentimentalismo, por ejemplo.

Muchos sentimientos, muchas emociones, mucho dejarse llevar, mucho actuar de acuerdo a lo que estoy sintiendo, y tomamos decisiones con base, justamente en esto y pasamos por alto nuestra capacidad de discernir, de reflexionar, de analizar. Y tampoco le hacemos caso a la voz de la conciencia.

El miedo es uno de los sentimientos más fuertes que podemos experimentar. Sabemos que muchas veces este sentimiento puede ser incluso más fuerte que el sentimiento amoroso y en ocasiones, si no lo vencemos, llegamos a actuar como no quisiéramos o a hacer cosas que de otro modo jamás haríamos. O al revés, el miedo te puede paralizar en un momento en que era importante reaccionar.

Es muy sabido, por ejemplo, cuántas veces los papás jóvenes no saben formar a sus hijos ni llamarles la atención por miedo a un posible rechazo o corregir o pararle el alto al adolescente por la misma razón y se convierten así en papás complacientes que finalmente no pueden educar a sus hijos por miedo y los chicos lo único que necesitan son papás amorosos pero firmes que sepan sacar lo mejor de ellos, que los ayuden a esculpir su propia estatua.

Otro ejemplo es la euforia, quizá el extremo contrario al miedo. Este sentimiento suele propiciar que hagamos promesas fuera de tu realidad o de tus posibilidades. Así suele suceder con el alcohol, ¿verdad? Bajo el influjo de unas copitas nos ponemos contentísimos y prometemos el oro y el moro y la sorpresa viene al día siguiente en que ya no nos acordamos de nada ni tenemos el ánimo de la noche anterior.

Con todo esto no quiero decir que los sentimientos sean algo malo o que no tienen importancia o que no sirven para nada o que no hay que hacerles caso. No, de ninguna manera. Al contrario, qué bueno que podemos sentir, que no tenemos una piedra en el lugar del corazón. Lo que no podemos olvidar es que nuestros sentimientos pueden ser guiados, pueden ser encauzados, pueden ser dirigidos de tal manera que toda su fuerza sirva de motor o de impulso para decisiones valiosas que necesitarán una gran fuerza de voluntad para hacerlos permanecer.
Dicho de otro modo, puedo tener sentimientos muy válidos de ira, de tristeza, de soledad, de abandono.

Sin embargo, no puedo tomar una decisión ni ejecutar una acción con base en ellos. Dejarse llevar por estos sentimientos te puede ocasionar violencias inútiles y dañinas que no resuelven el problema. Hace falta, entonces, la reflexión, el análisis, el discernimiento para decidir qué hacer de una manera inteligente, bien pensada.

También podemos decir que todos tenemos unos sentimientos nobles, muy elevados, de muy alto nivel. Sin hacerlos menos, no pueden ser estos sentimientos lo único que gobierne mi vida. Imagínate que quieres dedicar tu vida a visitar viejitos en los asilos porque te producen una gran ternura y no tienes en cuenta tu verdadera vocación que podría ser la Medicina, por ejemplo.

Los sentimientos son algo maravilloso, valiosísimo, sin duda. Pero sabemos que son una realidad humana muy cambiante, yo diría hasta volátil. Es necesario, entonces, ubicarlos en su verdadera dimensión, en lo afectivo, en lo emocional. Y una manera de madurar en la vida es precisamente aprender a distinguir los sentimientos, los impulsos, las emociones, de las verdaderas razones que nos mueven, que nos estimulan, que nos provocan a tomar decisiones que muchas veces marcan nuestra vida de modo permanente.

En este contexto, la recomendación sería no prometer nada en un momento de euforia ni actuar impulsivamente en un momento de enojo, o de frustración. Esperar a que se nivelen los ánimos es mucho más saludable. Saber distinguir nos permitirá tomar decisiones adecuadas y maduras.

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