Por María de Bernal
Hace algunas semanas hablamos de la capacidad magnífica que tenemos los humanos para convertir los obstáculos, las dificultades, los escollos en oportunidades, en retos, en desafíos para superar. Un ejemplo de esto es la cantidad de pozos que hay que excavar para encontrar petróleo. Si quienes lo hacen se hubieran rendido, seguiríamos en carretas o coches tirados por caballos. Solamente son 241 veces en algunos casos.1 ¿Qué tal?
Y así, por el estilo, es todo en la vida. Es un tremendo error decir de alguien que nació genio. Aunque así sea, el genio solo no funciona para nada. Decía un pensador francés del siglo XIX, Jouvert, cuando le preguntaron sobre el tema: “el genio comienza las grandes obras pero sólo el trabajo las termina”. Es verdad que por ahí han nacido algún que otro Mozart, o algún Einstein. Pero, tú, ¿a cuántos conoces? No se dan en maceta y a lo mejor son tan escasos que por eso son conocidos.
Porque es el trabajo lo que finalmente puede terminar una obra o hacer cristalizar una idea, o dar los resultados esperados.
Un gran genio de la música, Beethoven, decía que “el genio se compone de 2% de talento y 98% de trabajo”. En realidad, de cada mil genios que nacen, sólo triunfará uno o dos y la verdadera genialidad estará, precisamente en el trabajo nuestro de cada día. Hablando de Einstein, ¿sabías que fue un estudiante tan gris, tan irrelevante, que sus compañeros de escuela no lo recordaban? Y ahora resulta que la mitad de la humanidad sabe quién es, quién fue Albert Einstein: un personaje que se estudia en todas las universidades y en muy diversas asignaturas y al que se pone como ejemplo de audacia, de valor, de coraje, de estudio disciplinado y trabajo infatigable.
La cuestión, entonces, es poner a trabajar los talentos. Todos tenemos alguno y a cada quien corresponde descubrirlo. Pero, lo importante es trabajar. Me da mucha pena escuchar que hay quien quisiera sacarse la lotería para vivir sin trabajar, rascándose la barriga. Es perder de vista que el trabajo tiene un valor humanizante espectacular, que trabajar nos concede la posibilidad de mejorar nuestro entorno, de descubrir cosas a nuestro alrededor que nos pueden facilitar muchas tareas, que podemos, con nuestro trabajo, ser mejores personas y contribuir a que otros también lo sean. La lotería ya te la sacaste cuando naciste persona, con los talentos que tienes y las ganas de sacarles punta para aprovecharlos y hacerlos crecer.
No te desanimes si eres estudiante y repruebas alguna vez. Preocúpate si repruebas muchas veces y siempre la misma materia. Y aun así, habría que averiguar por qué se te da este resultado adverso porque muchas veces lo que falla es el método de estudio o de enseñanza y no es la falta de talento lo que provoca
1 Martín Descalzo, José Luis: Razones para la esperanza, Editorial Atenas, 1995 el reprobado.
Me encanta pensar que Einstein reprobó matemáticas muchas veces. Y no es el único.
La historia está llena de ejemplos así, personajes aparentemente intrascendentes, hasta mediocres, que llegaron a ser lumbreras en su tiempo y pasaron a la historia como tales. Incluso sabemos que muchos estudiantes brillantes no pasaron de ser adultos medianos, sin grandes logros; en cambio, muchos que como estudiantes no descollaron particularmente, tenían un gran potencial en su interior que supieron explotar en la edad adulta.
Con esto no quiero decir que hay que ser mediocres. No. Ni mucho menos. Lo que digo, por el contrario, es que vale más la fuerza de voluntad que te echa a andar y a trabajar con firmeza, con coraje, con constancia. De poco te vale ser un genio o ser muy inteligente si al mismo tiempo te duermes en tus laureles.
La pereza no conduce al éxito, por muy inteligente que seas. Y la historia también está llena de estos ejemplos, esos personajes muy inteligentes, muy simpáticos, muy carismáticos que no supieron o no quisieron trabajar y que te hacen decir: “qué vida tan desperdiciada, qué talentos tirados a la basura”. No estamos hechos para eso, no estamos hechos para ser desperdicio humano, o para ser tirados a la basura.
Quizá tu inteligencia no es particularmente dotada, no importa. Lo que sí importa, y mucho, son tus ganas de luchar poniendo lo mejor de ti en lo que haces, y siendo el mejor tú en cada momento de tu día a día. Siempre será más honroso, más fecundo, más satisfactorio el trabajo bien hecho que un IQ sobresaliente. No olvidemos lo que dice Martín Descalzo: “Trabajar es construir, elevar el mundo, imitar la labor de Dios en su creación”