Por María de Bernal
Estando en la papelería para comprar mi agenda de este año, entró una mamá joven con un niño como de 8 años al que le dijo: “¿Qué le ibas a decir a la señorita?” el chiquillo, muy compungido y rojo como manzana, le dijo a la dependiente, dándole un lápiz nuevecito: “Es que hace rato que vine me llevé este lápiz sin que te dieras cuenta y lo quiero devolver”. La dependiente le dio las gracias y le hizo ver que si no lo hubiera devuelto, se lo iban a cobrar a ella.
Al niño se le brotaron las lágrimas y le prometió que no lo volvería a hacer. Yo no resistí la tentación y le dije al chiquito “qué valiente eres, ojalá todos fueran como tú” y a la mamá, la felicité calurosamente por su gestión educadora. “Necesitamos más niños así, felicidades”.
Hablamos de honestidad, de esa que se empieza a educar en los primeros años de vida con acciones tan sencillas como la que acabamos de narrar. ¡Qué falta nos hace, a todos los niveles! Me viene a la mente un dichito que me revuelve el estómago pero que oigo hasta en las mejores familias, aquello de que “el que no tranza, no avanza”. Y me pregunto, ¿avanzar a dónde? ¿avanzar a costa de qué? ¿se le llama avanzar a andar por la vida mintiendo, viéndole la cara a los demás, ensuciando la propia conciencia? ¡Qué triste!
Porque, miren, la honestidad es uno de los valores más liberadores que un pueblo puede tener. Porque una sociedad que ha logrado transformar ese valor en algo natural, está en un nivel de desarrollo, sin duda, superior. Y eso es educación, antes que nada. Porque en realidad de poco te sirven los títulos, los cargos importantes, la gran casa, la ropa de marca o lo que quieras que el dinero puede comprar. Ser honesto no se compra con nada, poder dormir en paz contigo mismo, no tiene precio. Ya sabemos que en ocasiones puede costar muy caro. Es más, hasta te tildan de tonto con palabras muy feas, incluso en tu propia familia. Pero, créeme, vale la pena.
Cultivemos la honestidad, contagiemos a quienes nos rodean, hay que promover este valor porque el mundo cambia si tú cambias y no te importe si los demás son o no son honestos. Esto es una cuestión privada entre tu conciencia y tú. Lo interesante es que tiene repercusiones sociales muy importantes y si no, sólo vean el descontento, el disgusto, el enojo que nos provoca a todos enterarnos de los malos manejos de ciertas autoridades, o empresarios, o líderes de los que sean. De alguna manera, a todos se nos ofrecen oportunidades de deshonestidad a lo largo del día, en nuestra vida cotidiana.
La invitación es a no premiar las prácticas fraudulentas, los negocios turbios o mal habidos, la corrupción en cualquiera de sus formas, porque esto no es bueno para nadie. En cambio, hagamos de la honestidad, el honor, la buena fe, hábitos saludables para todos; vaya, como una segunda piel.