
Por María de Bernal
Sea como sea, salir de vacaciones es un privilegio y un deleite que hay que aprovechar lo mejor que se pueda. Es como un paréntesis en lo cotidiano que nos invita a hacer cosas diferentes, a conocer personas distintas, a tener convivencias inesperadas y muy disfrutables. También podemos conocer lugares preciosos, de los que está lleno nuestro México. En este espacio quiero compartir algo de lo vivido en las pasadas vacaciones, empezando con una boda en Tepoztlán, de una queridísima sobrina. El espectáculo del Tepozteco, haciendo marco a la ceremonia nupcial fue toda una delicia cargada de cariño, risas, lágrimas, baile, flores, comida deliciosa y cariño y más cariño, otra vez. Mis mejores deseos, queridísimos.
De ahí a Atlixco, pueblo mágico. Y cómo no. Es pequeñito pero hermoso, un lugar cargado de historia y de belleza. Fue la sede de las vacaciones y de ahí fuimos a diferentes partes. Antes de llegar, pasamos a Chipilo, que es toda una tradición en lo que tiene que ver con la elaboración de los lácteos más deliciosos. Hace años que no comía natas. Pues ahora fue un verdadero agasajo para el desayuno. Chipilo es un pueblo fundado por italianos migrantes que supieron encontrar los secretos del trabajo fecundo y creador.
Visitamos Tecali, otro pueblo mágico que conserva las ruinas de lo que fue un convento franciscano del siglo XVII, impresionantes y evocadoras, te puedes imaginar la vida ahí, era paradero de peregrinos y todavía está la puerta y el corredor que era especial para ellos. Se conservan también algunos restos de frescos en las paredes.
Hermosísimo.
En el mismo Tecali se encuentran un sinnúmero de tiendas y galerías especialistas en trabajo de mármol y ónix. Aunque no compres nada, te puedes extasiar viendo el arte, el buen gusto, la dedicación, el amor al trabajo artesanal que ahí se vive. La gente, como siempre, encantadora.
En Metepec visitamos un albergue del IMSS para vacacionistas que gustan acampar. Es un bosque inmenso, conservadísimo y con todos los servicios adecuados para este propósito. Los árboles impresionantes y el lugar muy disfrutable. En el mismo Metepec se encuentra una escuela primaria cuya fachada está hecha de pura Talavera, arte puro.
A la salida está Acatepec, famosa por su templo churrigueresco-barroco mexicano de San Francisco, para variar. Es fascinante este encuentro con las culturas de otros siglos y reconocer en ellas ese sabor tan nuestro, tan de nuestras raíces.
Para visitar la catedral de Puebla hace falta, por lo menos, tres horas, y no te la acabas. Es bellísima, cargada de historia, de arte, de belleza. Y mejor visitarla con un guía que te explique todo lo que ahí puedes contemplar, porque las historias de tesón, lucha, esfuerzo, que ahí encontramos, nos llenan también de ganas de vivir y nos ofrecen ejemplos de personas invaluables, muy queribles.
Claro que no puedes ir a Puebla y no pasar por La pasita, ese minilocal en el que te tomas un caballito de licor de pasa, delicioso. Tampoco puedes dejar de conocer el Mural de los Poblanos, famosísimo. Y los recorridos a pie, en medio de esas construcciones coloniales y ese sabor tan suyo, inigualable, tan de Puebla.
Los viveros de Atlixco tienen fama mundial y no es para menos. Cultivan toda clase de flores, plantas de ornato, especies de las que sólo ves en internet las encuentras ahí, un soberano agasajo.
En la parte más alta se encuentra el convento de San Francisco, en plena restauración, y puedes imaginarte a los monjes en aquellos corredores, ese claustro hermosísimo y el templo, sobrio y austero, muy al estilo de aquellos evangelizadores, del tiempo de la colonia.
Todo este recorrido bajo la presencia vigilante de don Goyo, nuestro imponente Popocatépetl con su belleza sin igual.
Fue una experiencia deliciosa, porque, el plus fue la compañía. Hacer estos recorridos con alguien muy querido, te lo hace doblemente placentero y agradable. Agradezco a Dios la oportunidad de estos días tan llenos y los invito a que visiten Puebla y sus alrededores. Conocer México es algo que vale mucho la pena.