
Por María de Bernal
Nos llegan una serie de fotografías de un suceso acontecido el sábado en el corazón de Morelia, mi queridísima ciudad, colonial y señorial, histórica y cargada de tradición, tesoro nacional. Son escenas protagonizadas por un grupo de mujeres enardecidas, todas ellas disfrazadas con pasamontañas, máscaras, capuchas.
Ropa negra y explosivos, pañoletas verdes y botes de pintura son sus armas. La marcha, por Avenida Madero, saturada de consignas, gritos de protesta, groserías y palabrotas al por mayor hasta llegar al Palacio de Gobierno.
Y ahí, la agresión, la desmesura, la vulgaridad. La profanación de la belleza. Ese hermosísimo edificio queda chorreado de pinturas de colores, esas piedras maravillosas convertidas en muestrario de violencia, esa cantera de color único cambiada en adefesios vergonzosos.
El moreliano común se pregunta si no hay una autoridad competente que frene este absurdo. Y vienen los pensamientos negativos. ¿Será que hay colusión? ¿Será que hay beneficio de algún tipo por parte de la autoridad que debiera ser competente en estos asuntos?
Sabemos, porque nos lo dicen, que esta marcha es porque un puñado de mujeres insisten en legalizar el aborto y que los legisladores no avanzan con este tema y ellas están sumamente indignadas por esta razón. Y por eso los desmanes, y las agresiones y los desfiguros y la violencia. Pues parece ser todo un tema bastante complejo, porque legalizar el aborto es legalizar la eliminación de una vida humana, de un ser humano completito. Y eso, en buen español, tiene un nombre muy feo.
Y está la cuestión de estas mujeres. ¿Creerán que pintando edificios se les va a hacer caso, creerán que la violencia les puede atraer simpatizantes, creerán que los desfiguros pueden hacer cambiar a los legisladores? ¿O más bien es que alguien les ha pagado por todo esto, por hacer tanto desorden, por incomodar a la sociedad de un modo muy importante, por llamar la atención haciéndose cultoras de lo que alguien llamó la “repugnancia estética”?
Un famoso actor de nuestro tiempo dice que “cada vez que permites algo que va en contra de tus principios o tu bienestar, abres la puerta para que se repita. Establecer límites no es sólo cuestión de firmeza, sino de respeto hacia uno mismo” Hasta aquí Johnny Depp.
En este contexto, yo lloro por mis piedras queridas, históricas, señoriales, bellísimas, lloro por estas mujeres que de modo tan lamentable pierden su dignidad, pero, sobre todo, lloro por los pequeños morelianos que se perderán si se aprueba esta ley.